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miércoles, 10 de noviembre de 2010

Evangelio del Día 10/11/2010


Miércoles de la XXXII Semana del Tiempo Ordinario


Evangelio según San Lucas 17,11-19.


Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!". Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron purificados. Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?". Y agregó: "Levántate y vete, tu fe te ha salvado".


COMENTARIO


Jesús quiere que nos demos cuenta de la importancia del agradecimiento, de manifestar interior y exteriormente nuestro reconocimiento ante la obra que Dios hace en nosotros. Esto es la Alabanza. Como gusta decir el P. Canatalamessa, siguiendo a San Pablo en su Carta a los Romanos, lo contrario al pecado no es la virtud, sino la alabanza. Si la impiedad es no reconocer la obra de Dios, lo contrario es la alabanza, que es el reconocer la obra de Dios. De ahí que el Evangelio subraye que el leproso curado "alababa a Dios en voz alta".


Pensamos muchas veces que no es propio hacer eso, que nuestro agradecimiento a Dios debe hacerse en secreto, de forma reservada...pero olvidamos que de esta manera no se pone de manifiesto que DIOS debe ser ALABADO. Y lo que buscamos es la Gloria de Dios, y no la nuestra. Por eso, no debemos temer de levantar nuestra voz para proclamar las maravillas de Dios. ¡Con cuánta facilidad levantamos la voz para gritar a otra persona, para proferir palabras ofensivas! ¡Gritamos cuando deberíamos callar, y callamos cuando deberíamos gritar!


Los Salmos son bellos ejemplos de esta proclamación, de esta alabanza que le tributan a Dios no sólo los humanos, sino toda la creación, como bien nos lo volvió a recordar nuestro Santo de Asís. ¡Alábale a Dios, grita jubiloso porque es eterna su Misericordia!


DWV

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